Hace un par de semanas, la película Los Domingos, una de las grandes sensaciones de la temporada cinéfila, recibía el premio Forqué al mejor largometraje de ficción del año. Al recibir el galardón, su directora, Alauda Ruiz de Azúa, no perdió la oportunidad de subrayar que la película “respeta al espectador, lo trata como un adulto, capaz de sacar sus propias reflexiones”, y ese respeto, recalcó, “es una forma de honrar el pensamiento crítico”, apostillando que la cinta “explora cómo el adoctrinamiento religioso puede distorsionar tu percepción o tus sentimientos”.
En otras palabras, y cualquiera que sea un poco audaz lo entenderá; Ruiz de Azúa estaba explicando qué quería decir con su película (mal asunto), haciendo público lo que algunos intuían, la pretensión antifundamentalista de una trama cuyo debate ha sido uno de los más estimulantes propuestos por una película española en años. Es posible que ya lo sepáis, pero conviene recordarlo; Los Domingos versa sobre una niña en la pubertad de una familia vasca de clase acomodada que, tras la muerte de su madre, coquetea con la Iglesia hasta tal punto de querer ingresar en la vida religiosa y entrar en un convento. O dicho en cristiano; desea ser monja para toda la vida.
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