Hace un par de semanas, la película Los Domingos, una de las grandes sensaciones de la temporada cinéfila, recibía el premio Forqué al mejor largometraje de ficción del año. Al recibir el galardón, su directora, Alauda Ruiz de Azúa, no perdió la oportunidad de subrayar que la película “respeta al espectador, lo trata como un adulto, capaz de sacar sus propias reflexiones”, y ese respeto, recalcó, “es una forma de honrar el pensamiento crítico”, apostillando que la cinta “explora cómo el adoctrinamiento religioso puede distorsionar tu percepción o tus sentimientos”.
En otras palabras, y cualquiera que sea un poco audaz lo entenderá; Ruiz de Azúa estaba explicando qué quería decir con su película (mal asunto), haciendo público lo que algunos intuían, la pretensión antifundamentalista de una trama cuyo debate ha sido uno de los más estimulantes propuestos por una película española en años. Es posible que ya lo sepáis, pero conviene recordarlo; Los Domingos versa sobre una niña en la pubertad de una familia vasca de clase acomodada que, tras la muerte de su madre, coquetea con la Iglesia hasta tal punto de querer ingresar en la vida religiosa y entrar en un convento. O dicho en cristiano; desea ser monja para toda la vida.
Ruiz de Azúa, autora de un talento incontestable con la cámara y con la dirección del reparto, aborda la dualidad en el seno de la familia (y del espectador o espectadora); entre quienes considerar que la chica encaminada se dispone a tirar su vida por el retrete, y quienes consideran tomar los hábitos y encerrarse en un monasterio un camino digno y lógico en la vida de la adolescente.
Desde las primeras semanas en cartelera Los Domingos entró en la dinámica de abrir un debate interesante con muchas aristas; la gente decía “tienes que verla”, sí, es verdad, pero, ¿para qué? Y es que Ruiz de Azúa estaba tan preocupada en tratar con extremo respeto al espectador y a la iglesia, tan preocupada en ser sutil, tan preocupada en ser inteligente, tan preocupada en no ofender y tan preocupada en no ser panfletaria ni discursiva que su mensaje, si era el que proponía en la recogida de los Forqués, se difuminó hasta hacerse irreconocible.

Los Domingos no deja poso de alegato antifundamentalista; al contrario, ha sido alabada en el seno de la Iglesia; que la ha calificado como “un soplo de aire fresco”, “un milagro” o “una vuelta a la espiritualidad”, siendo una pieza cultural recurrente y relevante —aunque nunca determinante— en la inclinación de la ventana de Overton hacia la derecha.
Por su extrema sutileza, por su miedo al qué dirán, a parecer una Ken Loach —a mucha honra— ante la opinión pública, a ser tachada de panfletaria, maniquea, manipuladora o algo similar, Ruiz de Azúa ha firmado una película que en el futuro exhibirán, orgullosamente, en conventos, seminarios y catequesis, que cualquier integrante del Opus Dei se levantaría al final a aplaudirla. Lo que podría ser un alegato contundente contra los fundamentalismos, como sin ir mucho más lejos fue Camino, se ha convertido en, sencillamente, un debate utilizado en los periódicos y sectores más retrógrados de la sociedad española, que valida destrozar la existencia a una chica desnortada y consagrarla a una vida de clausura, encerrándola para siempre entre cuatro paredes ¿para qué? para rezar a un ente imaginario que inventaron hace miles de años con objeto de encontrar respuestas a una finitud que no las tiene.
Ruiz de Azúa no es ninguna primeriza (es más, es la autora de Cinco Lobitos, una magnífica ópera prima) y sabía perfectamente que Los Domingos, a mayor o menor escala, tocaría fibras altamente sensibles y tendría que aguantar estoicamente las reprimendas del personal; lo que no creo que esperase la creadora es que se convertiría junto a Rosalía y LUX, en referente cultural de la derecha, de una vuelta a la espiritualidad acrítica y vacía, y que nos dejaría a los ateos como la caricatura perfecta de Maite, brillantemente interpretada por Patricia López Arnaiz, actriz que, al menos, no se olvida de sus orígenes obreros.
Los Domingos, técnicamente hablando, es una más que notable película, que a buen seguro será bien valorada en las escuelas de cine, pero ojo, muestra y sufre una clara disonancia, sideral diría yo, entre lo que su directora expone públicamente que pretende (denunciar el adoctrinamiento religioso) y lo que ha acabado consiguiendo; reforzar el discurso de la espiritualidad vacua, la vocación obcecada y la fe católica, echando un cable al que agarrarse a las doctrinas más reaccionarias de nuestro país. Y eso, y que Dios me lo perdone al decirlo, es un estrepitoso fracaso.